sábado, 23 de julio de 2022

ZORRITO

 

 

Martha, la veterinaria del pueblo, cierto día se vio en la obligación de viajar a la

 ciudad para comprar varios artículos que necesitaba en su consultorio. Y

 aprovecharía el largo viaje para visitar unos parientes que llevaba mucho tiempo sin ver.

     ─Tendrán que quedarse unos días con su tío Alberto ─les informó a sus dos pequeños hijos, Mateo y Sara.

     ─¿Acaso no están disgustados, mamá? La última vez que fuimos a visitarlo, a su cabaña del bosque, apenas si se hablaron.

     ─Las personas somos diferentes. Ustedes tienen una madre que ama a los animales. En cambio, Alberto parece no simpatizar mucho con ellos.

     ─Qué extraño ─susurró Mateo.

     ─Yo, niños, creo tener la explicación.

     ─¿Sí? Anda. Cuenta, mamá ─pidió Sara.

     ─Como saben, yo de pequeña vivía con mis padres en la cabaña del bosque. Una noche olvidé cerrar la portezuela donde vivía Don conejo, la mascota de mi hermano, y con tanta mala suerte que se escapó. Su tío lo quería muchísimo. Se puso muy, muy triste, y creo que jamás me lo perdonó. Desde entonces se muestra distante conmigo.

     ─¿Y nunca logró encontrarlo? ─preguntó Mateo.

     ─Nunca. Y desde ese momento no quiere tener ni cerca a ningún animal. Jamás entendí eso.

     Al día siguiente llegaron a la cabaña. El tío los recibió y dijo que se ocuparía de cuidarlos con mucho gusto, pero apenas intercambió un saludo de cortesía con Martha.

    Desde el comienzo, los pequeños se la pasaron súper entretenidos en reconstruir la casita del árbol, una que había hecho su madre de niña, y ahora lucía bastante descuidada. Después de unas horas la dejaron como nueva.

    Luego, paseando junto a un río, oyeron un llanto extraño. Qué sorpresa se llevaron. Se trataba de un cachorro de zorro. Era muy pequeño y tenía una patita lastimada. Al verlos trató de escapar, pero el dolor le impidió ir demasiado lejos. Lo alcanzaron cuando trataba de meterse en el hueco de una roca. Mateo lo envolvió en su playera y lo cargaron hasta la casa del árbol. Ese sería su refugio mientras sanara del todo.

     ─El tío odia a los animales. Cuando se entere… ─pensó Sara en voz alta.

     ─Sé que está mal, pero no le diremos nada ─dijo Mateo.

     ─Tienes razón. Sería peligroso para el zorrito que lo regresen al bosque así de lastimado.

     ─Podrían comérselo las hormigas, o alguna lechuza.

     Más tarde, a escondidas de su tío, le llevaron leche y panecillos, pero el cachorro no probó bocado y lloraba sin parar. Al revisarlo, advirtieron que tenía la pata infectada con diminutos gusanos. Era un caso de suma urgencia. No les quedó más opción que llevarlo rápidamente a la cabaña y esperar a que don Alberto le diera auxilio.

     ─Ustedes cenen y vayan a dormir. Ya veré que hago con este animal ─dijo arrugando el ceño.

    ─El tío parecía enfadado ─se afligía Sara.

    ─¿Crees que lo arrojará al bosque?

    ─Jamás se lo perdonaría.

    ─Ni yo.

     Despertaron apenas asomó el sol. Se sentían muy ansiosos por saber del animalito. Presurosamente fueron a la galería del patio, donde su tío desayunaba. Les habló antes de que preguntasen algo:

      ─En una semana estará como nuevo. Afortunadamente, no era tan grave.

     ─¿Dónde está? Queremos verlo ─saltaban de alegría.

     ─En una caja de cartón, junto a mi cama.

     ─Mamá dijo que no te agradaban los animales ─comentó Mateo, encogiéndose de hombros.

     Alberto soltó una carcajada.

     ─Que no tenga ninguno, no significa eso.

     ─También dijo que, por su culpa, se escapó tu mascota: Don conejo.

     ─No se escapó, para ser franco. Se lo llevó un animal salvaje.

     ─¿Qué animal tan malvado haría eso? ─protestó Sara.

     ─Un zorro. Sus huellas son inconfundibles.

     Los niños se miraron sorprendidos.

     ─Y a pesar de todo curaste a este cachorro ─Mateo casi no podía creerlo.

     ─Supongo que, si a las personas no hay que juzgarlas sin conocerlas bien, tampoco a los animales, ¿no?

     ─Mamá nunca nos contó esa parte.

     ─Porque nunca supo toda la verdad. Diciéndoselo, yo no ganaba nada.

     ─Ahora entendemos que no tengas mascotas aquí, tío.

     ─Los animales son parte de cada familia. Siempre tuve miedo de tener que pasar otra vez por algo igual.

     Finalmente, un sábado a la tarde, Martha regresó a recoger a los niños. Ellos le hablaron del animalito y también le contaron toda la verdad: el tío Alberto amaba a los animales, y nunca volvió a tener mascotas por miedo a perderlas y sufrir nuevamente. Y al enterarse cómo desapareció aquel conejo, Martha se tomó la cabeza con ambas manos.

     ─Me ocultó todo para que no me sintiese peor. Y todos estos años creyendo que mi hermano ya no me quería.

     ─Pensaste que él estaba molesto contigo ─dijo Sara.

     ─Y él, viéndote distante, tal vez creyó que eras tú la que no lo quería como antes ─añadió Mateo.

         Martha corrió hacia el interior de la cabaña, donde encontró a su hermano acariciando tiernamente al cachorro.

     ─Hola, Alberto ¿Tu nuevo amiguito?

     Él la miró con una enorme sonrisa, antes de decir:

     ─Tengo muchas ganas de que se quede conmigo, pero debe volver con los de su especie.

     ─Los animales tienen memoria y son muy agradecidos. Apuesto a que volverá a visitarte ─le aseguró Martha.

     Mientras los dos hermanos volvían a abrazarse luego de mucho tiempo, el zorrito daba graciosos giros alrededor sin dejar de mover el rabo.

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