lunes, 31 de octubre de 2011

DECADENCIA DEL MICRORRELATO




Es una pena que un género relativamente nuevo, que nació para ser grande, haya caído tan temprano en la degradación. Internet está repleto de blogs y de páginas web donde día tras día se publican textos verdaderamente lamentables bajo el rótulo de microrrelatos. Ni hablar de la enorme cantidad de libros publicados (¿Cuántos otros hay en este preciso momento en la imprenta?) que van al encuentro de lectores ávidos de leer textos breves. ¿Qué ocurre cuando estos textos tan pobres y des-generados caen en manos de lectores, periodistas o críticos literarios genuinos? Supongo que les brotará del alma un comentario simple y contundente: ¡qué tontería, qué imbecilidad!.
Lo que ha sucedido con el microrrelato y su degradación no es un misterio: es un género cuya brevedad extrema resulta engañosa, y al mismo tiempo tentadora. Hay quienes leen las exquisitas brevedades de Monterroso, Brasca, Shua, Borges, Denevi y piensan: “qué bonito es esto, yo también puedo lograrlo, y en unos pocos minutos”. Y así es como el género de la brevedad, de pronto y sin quererlo, recluta cientos y cientos de nuevos cultores.
Pero ahí no termina la cosa, porque el nuevo aspirante advierte que, muy a menudo, demasiado a menudo, en diversas partes del mundo se realizan congresos y mesas de lecturas de microrrelatos. Y el nuevo aspirante, que pronto dejará de serlo para convertirse en profesional, allí encontrará el lugar apropiado para ocupar la misma mesa donde leen autores ya consagrados. Comienza a ser un par, un igual. Y lo mejor de todo es que llega a cosechar amistosos aplausos del público asistente cuando culmina su lectura. Sí, lo aplauden aunque lo que haya leído sea una reverenda cagada. Quienes no lo conocen se mirarán entre absortos y risueños.
¿Sirven los congresos de microrrelatos? Años atrás, claro que sí. Servían para que aquellos apasionados por el estudio exhaustivo de los textos breves se conocieran e intercambiaran conocimientos, servían para conocer nuevos autores, muchos de los cuales llegaban a los congresos invitados por alguien (estudioso y respetuoso del género) que los había descubierto.
Hoy alcanza con tener dinero suficiente para el boleto para asistir a esos encuentros. No hay más requisitos que ése. Cualquiera asiste, cualquiera lee; luego vienen las tertulias, los almuerzos, las cenas, las copas, y de allí uno sale como sintiendo una especie de hermandad de espíritu con el otro (el alcohol y el estar lejos de casa provocan estas emociones). Y de esto resulta que el aspirante a genio (ya le queda chico aspirar a escritor) se ha ganado la amistad de críticos de renombre, de antólogos, de escritores renombrados… Y cada vez que lea o publique algo en internet o en formato libro habrá que aplaudirlo o palmearle la espalda. Habrá ganado la batalla.
¿Está mal ese deseo de sobresalir y el gusto por los aplausos? Claro que no, pero para eso se inventó Gran Hermano: la fórmula perfecta para darse a conocer masivamente sin tener el menor mérito.
Y si en los congresos de microrrelatos no empiezan a poner límites, ciertas restricciones, ciertas exigencias (que los textos que se van a leer pasen por la aprobación de quienes entienden en la materia, al menos), muy pronto se convertirán en un Gran Hermano Literario donde aplaudiremos a rabiar a aquellos que sólo persiguen una cosa: que los festejen y reconozcan por no hacer absolutamente nada.