El mejor consejo que se le puede dar a un
escritor principiante es el de leer mucho (y escribir un poco menos, claro).
Poco se habla de la forma en que el aspirante a escritor debe conducirse en su
faceta más humana.
A medida que va publicando en la Web, en
revistas y diarios (ni hablar del primer libro) comienza a recibir aplausos y
cumplidos de gente cercana a sus afectos. La subsiguiente inclusión en
agrupaciones y la participación en congresos y mítines literarios le granjeará
la amistad y el elogio de escritores ─muchos─ renombrados. El interés y la
estima que muestran por tu trabajo es real, pero no son tan enérgicos como
aparentan.
Escritor principiante: aquí es donde debe
encenderse tu luz de alarma. Quienes palmean tu espalda se saben mejores
artistas que vos. Están completamente
seguros de su superioridad. Apostarían su alma testificando que el peor de sus
textos es superior ─muy superior─ a lo mejor que pudiste escribir.
Creer en esos elogios es vergonzoso. Estar
a la espera de esas caricias fingidas, es humillante. Lo que hay que aprender a
distinguir son las flores verdaderas de las que (muy bonitas) son de plástico.
Y con esto no quiero decir que aquellos que regalan alabanzas artificiales son
malas personas; en absoluto: todos actuamos así en algún momento. Que recuerde,
yo lo hice (y no fue la única vez) el mes pasado en una librería. Todos tenemos
un pequeño demonio que nos lleva a actuar así.
Entonces, lo que debemos aprender son dos
cosas: distinguir lo auténtico de lo ficticio, y aprender a convivir con ese
demonio que llevamos dentro (entrenarnos para que aflore lo menos posible es el
desafío). Ese demonio vive hambriento de adulaciones, y nos obliga a adular (en
beneficio propio). Ser conscientes de este deshonroso defecto que tenemos, ya
es un avance. Gozaremos de incontables momentos de felicidad. No hay nada más
divertido que saber que quien te está felicitando, con su mano en tu hombro, en
su imaginación sobrenatural ve su zapato (de oro) en tu cuello (de cordero).
Usted, joven escritor y aspirante a la
inmortalidad, salga de esas reuniones, busque a su esposa, novia, amante o
incluso gente que no sepa ni leer ni escribir (y que lo quieran bien), tómese
una cerveza y ríase junto a ellos de lo que acaba de vivir. Aspire a ser mejor
persona para ellos. Porque ellos ─únicamente ellos─ sienten que usted es un
gran artista, alguien admirable y único en este universo repleto de
constelaciones de aplausos.
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